El Duelo y la Soledad
- America L Figueroa
- Jun 15, 2018
- 3 min read
Updated: Nov 21, 2018
El 17 de diciembre de 1991, un tarde lluviosa, mi madre llegó al estudio de televisión en donde me encontraba y la expresión en su rostro me dijo que algo no estaba bien; la lógica me hizo preguntar, mi abuelito? ya que mi abuelito había estado grave de salud, pero nunca me espere que su respuesta fuera: "no, tu papa se accidentó cuando iba a Ensenada." Mi papá, el hombre que me dio la vida y me enseñó a temer a Dios se encontraba entre la vida y la muerte en un hospital de Tecate. Cuando esa madrugada sonó el teléfono y escuche a mi tía gritar: “no, por favor no me digas eso, como que se murió José.” Aunque sentí que un hoyo se abría debajo de mis pies, recordé que mis hermanitos estaban durmiendo y que si el grito de mi tía los había despertado, aún más traumático sería que ellos me vieran llorar o desesperarme; así que contuve la calma…contuve la calma durante todo el funeral, el sepelio, y los días posteriores, porque sentía la obligación de ser fuerte por mi madre y por mis hermanos.
Recuerdo que habían pasado meses de la muerte de mi papá cuando por fin salí de nuevo al patio trasero y al mirar con tristeza que sus árboles, los cuales él había cuidado con tanto amor y paciencia estaban ya marchitos, no pude más que llorar y llorar, mis ojos de pronto se convirtieron en cascada, las lágrimas salían como torrente y esta vez no había nada que las pudiera detener. Voltee al cielo estrellado y de repente sentí coraje, recordé que yo había orado en el nombre de Jesús como aprendí que debíamos hacerlo, y de todos modos mi padre murió, cuando quise reclamar con un “¿porqué?” retumbó en mi cabeza la voz de mi papá que en una ocasión me había dicho: “nunca debemos cuestionar a Dios porque Él es soberano, y aun cuando muchas veces no podremos entender porqué pasan las cosas, Él es Dios y nosotros no somos nadie para cuestionarlo.” Aun cuando no comprendía y muchas noches me iba a dormir con la esperanza de despertar y que todo hubiese sido una pesadilla, nunca cuestioné a Dios, y aprendí a vivir con el dolor de haber perdido a mi padre a los 16 años.
Por años, e inconscientemente, me encontré apresurando mis pasos tras algún señor en la tienda o en la calle que olía a la colonia Old Spice, corría hasta rebasarle y volteaba de frente para verle la cara y asegurarme si era mi papa. Confieso que aunque había ya pasado tiempo, continuamente me encontraba negociando con Dios para que me permitiera despertar una mañana y enterarme que todo había sido una pesadilla y mi papá aún vivía. El tiempo pasó y hoy doy gracias a Dios por haberme permitido tener a mi papá conmigo durante mis primeros 16 años de vida. Le doy gracias porque habiendo podido escoger a cualquier otro, Él escogió al correcto, aunque fueran solo 16 años. Se que aunque me sentí muchas veces sola, en realidad jamás lo estuve y que el que mi padre no estuviera me ayudó a madurar más pronto; el recordar sus palabras me alentó a mantenerme en pie y no hundirme en la amargura. Sé que no estuve sola porque aunque mi madre se quedó de pronto con la responsabilidad de cuatro hijos, Dios suplió cada necesidad nuestra. (Salmo 68:5)
El duelo consta de 5 etapas, según Elisabeth Kübler-Ross, son: Negación, Negociación, Enojo, Depresión, y Aceptación. Tanto adultos como niños atravesamos por esas etapas, aunque a diferente paso. Si tu estas atravesando una pérdida en tu vida quiero que sepas que no estas sola/solo. Cuando estamos doliendo el instinto nos hace reaccionar apartandonos de aquellos que nos aman, y esto lo hacemos para evitar sentirnos compadecidos, pero dejame decirte que es más fácil superar un duelo acompañada que sola. Permite a tus amigos y seres queridos que se duelan contigo, permitele a Dios que te consuele cuando te quedas a solas en casa. Aunque el dolor a veces parezca que te asfixia, recuerda, esto también pasará, Que Dios te bendiga, y hasta el próximo Cafecito.

Comments